LA PIEL Y LAS EMOCIONES





LA PIEL ES UN REVELADOR DE NUESTRAS EMOCIONES

La piel es el órgano más grande del cuerpo humano, en un adulto tiene una superficie promedio de aproximadamente 2 metros cuadrados y pesa alrededor de 5 kg. Está en permanente relación con los otros órganos del cuerpo, y es a través de ella que nuestro cuerpo nos revela disfunciones y malestares que nos afectan, así como también muestra nuestras emociones, traspiramos cuando estamos nerviosos, nos ponemos colorados si algo nos da vergüenza y hay emociones y estímulos que nos ponen “piel de gallina”. 
Es un órgano vivo con capacidad de regenerarse, es impermeable, resistente y flexible, respira y se mantiene activo las 24 horas del día realizando todo tipo de acciones fundamentales para nuestro organismo: protección y defensa, regulación del metabolismo y temperatura, sentido del tacto, síntesis de Vitamina D necesaria para los huesos. 
La piel evidencia los estados de ánimo, emociones o problemas de salud. Muchas alteraciones de la piel tienen sus raíces en trastornos emocionales sin resolver. La piel funciona entonces como un sistema de alarma.

ESTADOS  DE  ANIMO 


Muchas de las reacciones cutáneas (sudor excesivo, palidez, enrojecimiento, urticaria, prurito...) delatan ansiedad, miedos, angustias y tensiones. 
La persona feliz o enamorada irradia luz por sus poros, mientras que su epidermis se vuelve opaca ante situaciones de tristeza o desilusión. Los estudios demuestran que el 80% de las enfermedades de la piel tienen origen psicosomático.  
El estrés es otro grave trastorno que encuentra su principal vía de expresión a través de la epidermis. El acné tardío, que afecta a mujeres entre 35 y 45 años con la aparición de granos antes del ciclo menstrual sobre todo en cara y cuello, responde, en muchos casos, a situaciones de cansancio y estrés. 
La tensión nerviosa favorece la liberación de adrenalina y ésta actúa sobre las glándulas sebáceas, que captan las hormonas en exceso que hay en la sangre y producen mayor cantidad de sebo. 






En general, la piel se relaciona con la valoración de sí mismo ante el exterior.  La piel ayuda a establecer contacto con otras personas, pero también puede ser un medio para aislarse. 
Una persona que se avergüenza de lo que es o de lo que podría ser, podría rehusarse a acercarse a otro y utiliza su problema cutáneo como excusa. Se vuelve intocable y su deseo real podría ser el cambiar por completo. 
Cuando una persona ha intentado acercase a alguien sin éxito y como consecuencia guarda mucho rencor y enojo, podría generarse un cáncer de piel. Si el problema altera solamente la parte superficial de la piel, por ejemplo, el vitíligo, la persona afectada podría estar viviendo una difícil separación, una pérdida de contacto o una pérdida de comunicación. Siente la situación como un rechazo o una ruptura definitiva. Es el tipo de persona que quiere salvar a los demás, sobre todo a los miembros del sexo opuesto.

La piel funciona como un escudo protector frente a un mundo al que estamos expuestos de forma continua. En su ayuda acude el sistema inmunológico, que tiene la capacidad de reconocer a aquellas sustancias nocivas para el organismo y cuyo contacto puede provocar una respuesta cutánea. 

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